Tuesday, February 6, 2007

No me gusta ya el café


Bajo mi lengua, el sabor amargo del mal café que tomé con él, me recuerda el inesperado encuentro matutino y esos veinte minutos que obligada me senté a su lado. La sorpresa de su aparición en un lugar que nada tenía que ver con sus costumbres, este ritmo de vida que yo elegí como evasión, me hizo sentir indefensa. Y sin saber reaccionar, acepté su invitación a sentarme y tomar ese café que nada tenía de bueno, como las vibraciones de su presencia, como su mirada profunda e hiriente desde el otro lado de la mesa.


Un simulacro de sonrisa, pintado con obstinación en sus labios, parecía dedicado a querer imponer una especie de calma en mí, como si nada hubiera de preocuparme, y su alegría hubiera de meterse también dentro de mí. “Que cortés lo veo -pensaba observándole- que guapo sigue el sinvergüenza... Y esas manos, ¡malditas manos! Aún me tientan". Desvié la mirada hacia la taza que me había traído del mostrador. No iba a darle la satisfacción de que notase mis aún cálidos deseos.



El hablaba de sus actividades y logros, como sin darse importancia. Pero yo sabía que todo la tenía. Su aparente calma, sus logros laborales, su despliegue de amables modales, su cartera medio abierta encima de la mesa donde sobresalían los números de teléfono de otras mujeres...Todo tenía su propósito y su efecto sobre mí; todo, resultado de estudiada premeditación. Y a pesar de ello, nada podía hacer, sino sentirme fuertemente atraída de nuevo.


Los cinco minutos que me pidió, se convirtieron en veinte. Entonces se disculpó un instante para atender una llamada de su celular y a su regreso, tras terminar el café, sin más preámbulos, me besó y se fue.

No dije nada. Quedé viéndole marchar, sabiendo que esta sería nuestra última despedida.

***

Regresé a casa, y tras una rápida ducha, me acosté. No quería pensar más en él. El sueño, me dije, me haría olvidarle...

Han pasado seis horas y no puedo dormir. Tras mis ojos cerrados se repiten escenas que ya creí olvidadas. Le odio... ¿Por qué vino a mi, cuando ya aprendí a vivir sin él? ¿Y si hubiese cambiado?
Nos habíamos despedido tres años antes, entre gritos de acusaciones y malos sentimientos. Hoy, el encuentro repentino, su aparente tranquilidad y buenos deseos por mí, me devolvían a un estado de confusión del que creí haber salido victoriosa...

***

Extraigo de mi bolsillo un libro miniatura que él olvidó sobre la mesa. Me dio pena; se trata de "Manual del guerrero de la Luz", de Paulo Coelho. La encuadernación es preciosa y mi amor por los libros pudo más que mi desdén por su propietario. Lo recogí y me lo llevé.
Lo hojeo distraídamente, cuando noto unas frases subrayadas y mi nombre, en lápiz, bajo ellas: "En una guerra, la capacidad de sorprender al adversario es la clave de la victoria".

¡Maldición, lo sabía! ¡No hubo casualidad. Como tampoco la hay en su olvido de este libro... Como tampoco la hay en su necesidad de que yo, ahora, lo sepa.

***

Bajo mi lengua, el sabor amargo que me dejó el café, es el mismo que disimuló el veneno que desde mi anillo vertí en su taza.

Paolo Coelho, dice más tarde en su manual: "Aquellos que miran la miseria con indiferencia, son los más miserables". Cierro el librito con una sonrisa de complicidad y me digo que no habrá más miserias por su culpa.

***

Mañana, cambiaré mi ruta. No me gusta ya el café...

-Mt.-

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